sábado, 14 de mayo de 2011

Friday thoughts

La palabra “designio” tiene algo de mística y algo de ominosa. “Los designios de Dios son inescrutables”. No hace falta más que eso para condenar al más, al menos, o al mas o menos creyente a encerrarse en un laberinto determinista sin puertas ni ventanas ni ventiluces. Y Y aún si tuviéramos la masculinidad suficiente como para “escrutar” a los famosos designios, a la larga terminaríamos comprendiendo que todo aquello de la inescrutabilidad sí tenía gollete después de todo. que mas vale quedarse chanta y esperar que algún domingo nublado, mate en mano, terminemos abriendo la boca cual niño frente a director de escuela y comprendamos, finalmente, que menos mal que los designios eran inescrutables porque gracias a eso hoy estamos donde estamos. Pero entonces… saberlo debería hacernos la vida mas fácil. Y sin embargo, no. Es que a veces los inescrutables designios pisan demasiado fuerte. Y es cierto que circula aquel dicho de que Dios, ponele, no coloca sobre nuestras espaldas mas peso del que éstas puedan soportar. Y que en el proceso de acumulamiento de peso descubrimos que nuestras endebles espaldas no lo eran tanto. Pero no dejan de ser espaldas. Y hasta Don Atlas habrá llegado, en algún momento, a un punto en el que dijo: “esto ya es demasiado”.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Volvimos! 14

Durante casi una hora, Julia y su hijo se mecieron amorosamente en una silla de mimbre junto a un hogar apagado. Entonces, Julia finalmente recordó que ya era de noche, y que no pasaría demasiado tiempo hasta el amanecer. Entendió que se encontraba en un dilema: había despedido a la niñera, y no podía abandonar al niño para irse tras la puerta. Tampoco podía quedarse allí. Su marido regresaba, tal vez no tendría tiempo para justificarse y escapar. Decidió conducir la pesquisa con el niño en brazos; después de todo, él no existiría una vez que Julia cruzara la puerta.
El lugar más esperado era un armario, por lo que el menos esperado, pensó Julia, podría ser un espacio abierto: el jardín, la terraza. Esto último le sonó lógico, y subió al techo de la casa sin reparar en el viento que había comenzado a soplar afuera. Como consecuencia del frío, el niño estalló en llanto, justo cuando Julia vislumbraba la puerta en un tanque de agua semiabierto. Aunque sabía que el niño desaparecería, Julia no podía dejar a una criatura en el piso, en una noche cada vez más fría. Cerró los ojos, justo en el momento en que un auto estacionaba frente a la casa, y con el niño junto a su pecho, se deslizó sin pensar dentro del tanque.

-7-

Cuando abrió los ojos en el recinto de la feria, lo primero que vio Julia fue a una de las mujeres, pero esta vez no estaba en su correspondiente sillón, sino parada frente a Julia. “Las cosas no están saliendo bien”, se animó a decirle tras varios minutos de mirarse en silencio. Los ojos de la mujer, cargados de silenciosa sabiduría, se enternecieron sutilmente. “El...” dijo Julia, y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, “...ya no existe, ¿verdad?”. La mujer sonrió, y con un movimiento de su mano, que jamás tocó el rostro de Julia, le secó las lágrimas. “El siempre existe”, susurró a sus oídos la mujer, y se desvaneció.
Julia se dejó caer en el piso frío, y durante varias horas contempló las altas cortinas rojas. Todo el tiempo pensaba que alguien vendría a decirle que no podía quedarse sentada allí, pero eso nunca sucedió. La embargaba una enorme tristeza, y deseó con todas sus fuerzas volver el tiempo atrás, al momento en que había decido que buscar la Feria de los Mundos era una buena idea. Había estado en sólo dos de sus mundos posibles, y ya casi ni recordaba su vida original. Se acostó en el piso, y trató de evocar detalles, cosas pequeñas, que le devolvieran algo de su débil identidad. Por alguna razón, le vino a la mente el recuerdo de Brian IV, y de cómo su madre se había perdido en la feria, y tal vez correría un destino similar. ¿Y si la feria fuese un engaño?, pensó con algo de temor, ya que no descartaba la posibilidad de que las figuras del recinto oyeran sus pensamientos. ¿Y si no hubiese forma de vivir la mejor de las vidas posibles, y la feria fuese un castigo por haber renegado de la original? Sólo había una forma de averiguarlo.
Como había sucedido con las anteriores, la siguiente vida fue un fiasco. Julia era maestra en una escuelita de pueblo, y aunque en un principio había esperado lo contrario, ésos alumnos no eran mejores que los que había tenido en la gran ciudad. Peor aún, sus limitaciones para imaginar eran mayores, ya que sus padres se ganaban la vida haciendo trabajos manuales y les prestaban casi nada de atención. Sin embargo, algo sucedió esta vez, que cambiaría el destino del viaje de Julia por completo.
Había cumplido una agotadora jornada en la escuela, enseñando a los niños del primer grado a escribir la letra L, y a sostener correctamente los cubiertos (en la escuela había un comedor al que asistían todos los niños del pueblo al mediodía, mientras los adultos trabajaban), y no veía la hora de encontrar su puerta y salir de ahí. Fue durante la búsqueda, la que Julia había decidido debía llevarse a cabo en una estación de servicio, que se encontró con una cara familiar.
El portal se encontraba dentro de un viejo y anticuado surtidor de nafta fuera de servicio, que contaba con una puerta que se abría para colocar el tanque de gasolina. Julia, que se hacía más y más perspicaz a la ubicación de las puertas, la reconoció en el acto y caminó, cansada, hacia ella. Antes de decidirse a abrirla, echó una ojeada rápida sobre su hombro, para asegurarse de que nadie la estuviera mirando. El que alguien la viera no le resultaba un problema, ya que al cruzar la puerta, todo eso desaparecería, pero sí la intranquilizaba el pensar que alguien se lo impidiera, y ya no pudiera volver al lugar indicado. Entonces, sus ojos se encontraron con otro par, muy cerca suyo, atentos al movimiento que Julia planeaba realizar. Era un rostro conocido, aunque en un principio le costó a Julia entender de quién se trataba.

miércoles, 7 de julio de 2010

Detour

El vacio es ese espacio que hay en medio de todo lo que conforma nuestro universo. Paricularmente, un texto esta compuesto de palabras y vacios. Muchos se han dedicado ha explorar ese vacio, a averiguar que esconde, que dice, en el afan de no decir nada. En el fondo, todos sabemos que el espacio vacio esconde todo lo que no se dice. Y lo que no se dice, por lo general suelen ser las mayores verdades. No hay mentira posible para aquel que descifra el vacio. Por eso muchos otros prefieren no descrifrarlo.

miércoles, 23 de junio de 2010

trece

En cuestión de lo que parecieron segundos, se encontraba una vez más en el recinto principal de la feria de los mundos. Por alguna causa, el lugar parecía más pequeño que la primera vez. Julia quiso probar suerte con las cuatro guías antes de seguir. “¿Podrían materializarse una vez más? Tengo tantas preguntas...”. Los dos hombres y las dos mujeres, todos con sus sillones, brotaron de la nada y se posaron frente a ella. “Muchas gracias por venir”, comenzó Julia. “Necesitaría saber si hay un sistema para explorar los mundos, algo que permita que uno vea un paneo de su vida sin perder tiempo”. Las cuatro cabezas se movieron de un lado a otro en una unánime negativa, para luego desaparecer una vez más. Julia cerró los ojos, y volvió a cruzar el telón.
Esta vez, no despertó en su cama, sino que simplemente se vio a sí misma sentada en un banco, en una plaza atiborrada de niños. A su alrededor había varios adultos supervisando el juego de los pequeños, y haciendo estúpidos sonidos, aplaudiendo cada pequeña cosa que los niños hacían. ¿Será que uno de éstos es mío?, se preguntó Julia. ¿Pero cuál? Había decenas de niños de distintas edades. Se le ocurrió que una madre debía conocer a su hijo bajo cualquier circunstancia, y se avocó a mirar a cada uno, en el afán de que algún par de ojos le dijera “mamá”.
No le costó mucho desistir (eran demasiados), y fue cuando finalmente dejó de buscar y se paró en un rincón, con una mano sobre la frente para descansar del sol, que una pequeña mano comenzó a tironear de su pollera. El rostro, pequeño y rosado, era el de un ángel con aires a Julia y a alguien más. Pero ya habría tiempo para eso. Con el niño en brazos, Julia se sentó en un banco solitario, bajo la sombra de un palo borracho. La manita del niño acariciaba tiernamente su cara, mientras Julia reparaba en el hecho de que no sabía donde vivía. Esta vez no llevaba ni carteras ni bolsos llenos de información valiosa, por lo que decidió explorar sus bolsillos. Sólo encontró algo de plata y un papel doblado. Era un ticket de lavandería a su nombre, pero el apellido no era el suyo. Será el nombre de mi esposo, pensó Julia, y corrió a conseguir una guía telefónica.
Arribó a la casa cerca del anochecer. No tenía llaves, y al tocar el timbre se encontró con un joven apuesto que depositó en su boca un rápido beso. “Cuanto que tardaste. No te acordaste que hoy teníamos la cena en lo de los Márquez, ¿verdad?”. Julia simuló estar apenada por el olvido. El joven tomó al niño de sus brazos, y Julia subió una escalera de madera que, asumió, llevaría a su dormitorio. Había un vestido negro tendido sobre su cama. Julia se dio una ducha rápida en un baño desconocido y bajó, vestida para la ocasión, a descubrir con quién se había casado.
A las nueve en punto llegó una niñera, y Julia pronto se vio viajando en un suntuoso auto, junto a un apuesto joven que no le producía la más mínima sensación. Callaba, y sentía que siempre habría sido así, ya que el joven no paraba de explayarse sobre cosas que a Julia no podían importarle menos. Aunque no lograra imaginar qué elemento en su pasado había influenciado su decisión, se había casado con un joven emprendedor.
Lo que sucedió después no quedó muy claro en la memoria de Julia, pero estaba segura de que en algún momento se bajó del auto en leve movimiento tras cortar un semáforo, tomó un taxi que justo pasaba, y volvió a la que en ese mundo era su casa. Encontró al niño durmiendo en su camita, vigilado por la niñera. “Señora, ¿tan rápido terminó la cena?”. Julia buscó en su cartera algo de dinero, y se lo extendió a la chica sin mirarla. Cuando finalmente estaba sola con el niño, Julia pidió a los seres del recinto que enviaran una puerta, y abrazó a la criatura con todas sus fuerzas.

viernes, 26 de marzo de 2010

DoCe

El portón de la entrada principal de la escuela estaba a punto de cerrarse cuando Julia finalmente arribó a destino. Una portera a la que Julia no conocía –tal vez se habría incorporado al plantel en su día de ausencia, la recibió con amabilidad. “Si, ¿qué desea?”. Julia indicó que trabajaba allí, y observó el rostro de la señora llenarse de incertidumbre. “No, hace dos años que trabajo aquí, y jamás la he visto. Ah... viene a hacer un reemplazo”. Julia explicó el malentendido. La jefa de porteras, dos preceptores y luego la vice directora misma tuvieron que acercarse a explicarle a Julia que era una desconocida en esa institución. Agotada de dar explicaciones que no llevaban a ningún lado, Julia se alejó unos metros de la entrada y miró el reloj. Eran las ocho en punto de la mañana, y no sabía qué demonios debía hacer. En algún lugar de la inmensa ciudad, alguien se preguntaba dónde estaría ella.
Julia decidió volver a casa y buscar indicios de su ocupación en esta vida. En el cajón donde guardaba papeles importantes encontró un recibo de sueldo, y un contrato. Era un estudio fotográfico. Como un flash de energía eléctrica, Julia recordó un hecho de su infancia. Su abuelo solía hacerles a ella y a su primo, un año menor, regalos al azar, que debían ser encontrados por la casa. Una navidad, ella encontró un barco en una botella y su primo, una cámara fotográfica.
Julia se dirigió a la dirección en el recibo. Un hombre joven estaba de pie tras un escritorio, y la recibió con rostro angustiado. “Llegás tarde. Deberías estar en la escuela desde hace media hora”. “¿La... la escuela?” se animó a preguntar Julia. “Tenés que sacar la foto de los grados, ¿es necesario que te lo recuerde?”. Julia sintió su cuerpo petrificarse. No podía volver allí, y decir “Disculpen, olvidé que en realidad venía a tomar fotografías”. Decidió seguir la corriente, y continuar explorando esta vida.
Había caminado sin rumbo durante un buen rato, cuando un extraño ritmo, como de una canción popular, comenzó a emanar de su cartera. Levantó el pequeño teléfono que sonaba ansioso, y dijo “Hola”. Una voz rasposa y profunda contestó “Hola, ya lo tenés, ¿no? Tráelo a esta dirección”. Julia no logró entender nada, pero decidió recibir más información.
Tomó un taxi hasta el lugar indicado. Era un barrio poco adecuado para una joven sola, pero Julia se armó de valor. Después de todo, eran las nueve de la mañana. Golpeó una puerta despintada, tras la cual flotaba un olor desagradable. El hombre que abrió la puerta se veía tal como se escuchaba. “¿Lo trajiste? ¿Dónde está?”. Julia no tenía la más remota idea de qué debía haber traído, pero temiendo represalias de parte de esta desagradable figura, siguió el juego. “Necesito más tiempo. Algún detalle más sobre... eso”.
El hombre comenzó a perder la paciencia, y la voz se hizo más profunda aún. “¿Detalles? ¿Qué detalles querés que te de sobre un mono? Son pequeños, abrazan, hacen monerías y sirven para experimentos científicos, por lo que las empresas pagan dinero por ellos. Punto. Ahora desaparecé, y antes de que caiga el sol quiero a ese mono acá”.
Un mono, pensó Julia, para experimentos. “¡Si yo amo a los animales!”, dijo en voz alta mientras esperaba el ómnibus. No le molestaba ser fotógrafa, ¡pero contribuir a la explotación y tortura de animales de laboratorio! Volvió a su casa con el primer ómnibus que pasó, y buscó por todos lados información sobre el mono. En su mesa de luz, dentro de un libro, se hallaba una nota que detallaba dónde estaba el animal y en qué momento debía robarlo. “Quiero una puerta. ¡Ya!”, se apresuró a decir Julia en voz alta. Aunque era consciente de que no sabía lo suficiente sobre esta vida, entendió enseguida que no era mejor que la anterior, por lo que no merecía la pena. La puerta apareció en un aparador de la bajo mesada, en el que reparó por absoluta casualidad mientras se servía un poco de agua. Era, de hecho, una puerta, solo que algo pequeña, como una puerta para enanos. Julia no llego a preguntarse como cabría en ella, puesto que al solo contacto con la perilla la casa desapareció.

martes, 2 de marzo de 2010

XI

Tras varios minutos de besos y abrazos, Marcos tomó a Julia de la mano, y se acercaron al hombre, que los miraba expectante. “¿Y bien?”, les preguntó, adivinando su decisión, “¿Quién será el primero en entrar?”. Julia levantó la mano. “Muy bien”, dijo el hombre, levantando la barra del puesto de hamburguesas para darle paso. “Antes de que te vayas”, alcanzó a decirle Marcos, “quiero que sepas que disfruté mucho haberte conocido”. Julia asintió con la cabeza, pero no llegó a decir “Yo también”, porque el hombre la llevaba hacia el interior del puesto que, como era de esperarse, era un largo pasillo. Julia observó por última vez el rostro de Marcos, y luego todo se oscureció.
Caminó lo que le parecieron cuadras, sin poder ver hacia donde iba, guiada por la mano del hombre, que caminaba delante de ella. Cuando finalmente creyó ver luz al final del pasillo, todo se iluminó de repente, y Julia se encontró en una enorme habitación vacía. El hombre del puesto, que la había llevado hasta allí, ya no estaba. Lo único que había, aparte de ella, era una alta cortina de terciopelo rojo, justo en medio de la habitación. Parecía el telón de un teatro para enanos, pero no había escenario, sólo la cortina, suspendida en el aire, que era unos metros más alta que ella, y llegaba hasta el piso.
Lo primero que pensó Julia fue que debía atravesar la cortina, pero le pareció muy descuidado simplemente pasar. Creyó que tal vez sería buena idea solicitar indicaciones, así que le habló a la nada. “¿Alguien podría decirme qué se supone que debo hacer?”. Como por arte de magia, de la misma forma en que había aparecido la feria alrededor del aquel solitario puesto en el campo, Julia se encontró con cuatro sillones de altos respaldos aterciopelados. En cada uno estaba sentada una persona, dos hombres y dos mujeres, vestidos con largas túnicas de terciopelo de varios colores.
“Hola”, dijo Julia, que se dio cuenta de que no era muy buena para iniciar conversaciones con extraños. Los cuatro personajes le devolvieron el saludo. “Necesitaría saber qué debo hacer”, dijo Julia un tanto nerviosa, ya que las figuras eran bastante imponentes, como si se tratara de cuatro reyes y reinas salidos de algún cuento de los que solía leerles a los niños.
Una de las mujeres fue la primera en hablar “Bienvenida a la Feria de los Mundos. Eso frente a vos es una puerta... digamos que mágica”. “Al cruzar esa puerta, podrás acceder a otra realidad”, prosiguió uno de los hombres, “otra de tus vidas posibles”.
“No entiendo”, interrumpió Julia, “¿Qué es exactamente ‘otra vida posible’? Por ejemplo, ¿podría despertarme y ser una actriz famosa?”. El segundo hombre tomó la palabra y explicó “Eso depende de tu vida actual. Las vidas posibles son opciones dentro de los elementos existentes en tu vida en este momento. La vida está hecha de decisiones. Te subís al auto cada mañana y decidís qué camino tomar. Elegís uno, y te cruzás con una manifestación. A causa de eso llegás tarde al trabajo. Si hubieses tomado otra calle habrías llegado justo a tiempo. Si sumás la cantidad de decisiones que tomaste cada día de tu vida, y en cada caso elegís otra de las tantas opciones con las que contabas en ese momento, el resultado será otra de tus vidas posibles. Una vida que, dependiendo de la cantidad y la calidad de las elecciones, podría ser muy similar, o radicalmente distinta a tu vida actual”.
Le tomó varios minutos a Julia procesar lo que le estaban diciendo. Cuando finalmente comprendió, había varias preguntas en su mente. Eligió una al azar y la formuló. “¿Y cuál es el sistema? Es decir, ¿qué determina a cuál de mis vidas posibles viajaré si cruzo la puerta?”. La respuesta estuvo a cargo de la cuarta mujer, aunque Julia casi pudo adivinarla. “Lo más interesante es no saber. Al cruzar la puerta, nadie sabe a donde conduce. Sólo se sabe que las combinaciones serán distintas. Podría llevarte a la peor, a la mejor de tus vidas posibles, o a una que no es ni buena ni mala, pero que en alguna forma será diferente a la actual”.
Julia ordenó sus dudas prioritariamente. “¿Y qué sucede una vez que elijo? ¿Me quedo allí para siempre? ¿No puedo volver a mi vida actual nunca más?”. “¡Excelente pregunta!” exclamó el hombre que había hablado primero “Muchos gastan su oportunidad de averiguar cosas preguntando si van a morirse, o por qué estamos aquí nosotros, o cómo funciona la puerta” (la verdad era que a Julia le habría encantado saber la respuesta a todo eso, pero agradeció su sentido común), “La puerta ofrece oportunidades ilimitadas pero, por supuesto, existen reglas. Cuando te embarques en el descubrimiento de tus vidas posibles, podrás pasar en cada una sólo un día. Si la vida que visitaste no te agrada, podrás pedir una puerta para regresar aquí. La puerta, como sucede con la misma feria, aparecerá en el lugar menos esperado y será tu deber encontrarla. Al encontrar la puerta, ésta te transportará a esta habitación, y podrás volver a elegir”.
“¿Qué pasa si paso más de un día en una vida?” se apresuró a preguntar Julia. “Si llega el amanecer del día siguiente y no buscaste, o lograste encontrar la puerta, te quedarás allí para siempre, y esa se transformará en tu única vida posible” contestó una de las mujeres. “Y con respecto a tu vida actual, desapareció el segundo en el que cruzaste el puesto de hamburguesas. Pero no deberías afligirte demasiado, si hubieses estado satisfecha con ella, no habrías llegado hasta aquí”.
Julia pensó en Marcos, lo único que realmente echaría de menos de todas las cosas que había perdido. Entonces recordó que él se había quedado afuera, y se preguntó qué habría sido de él. “Ya es momento”, dijo uno de los hombres. Julia agradeció la ayuda de las cuatro figuras y caminó, con algo de temor, hacia el telón.

Julia abrió los ojos. Tenía una sensación en el cuerpo que le indicaba que había estado durmiendo varias horas, pero no recordaba haberse echado a dormir. Se sentó en la cama y trató de hacer memoria, de volver al momento en el que había cruzado la puerta. Nada, ni siquiera una imagen.
Miró a su alrededor. Estaba en su cuarto, el de siempre. Cada centímetro de empapelado, cada objeto sobre los muebles, indicaba que ese era SU cuarto. Inevitablemente, Julia pensó que la feria había sido un largo y laberíntico sueño del que acababa de despertar, y bajó a desayunar.
Media hora más tarde, ya se encontraba en su auto, escuchando su radio preferida, de camino a la escuela. En un momento del recorrido, trató de ubicar con la mirada la tienda del padre del señor de la feria. Por alguna razón, no pudo verlo. Tal vez no recordaba el lugar exacto y ya se había pasado. Tal vez...

martes, 2 de febrero de 2010

Ten

Ya estaban por darse por vencidos, cuando Julia recordó la conversación que habían tenido al respecto, y las palabras del librero Petropulos. “La Feria aparece en el lugar menos esperado. Tal vez no se refería a toda la feria, sino al sector donde está la Feria de los Mundos”. “¡Tenés razón!” exclamó Marcos, poniéndose de pie. “Pensemos: ¿cuál sería, dentro de esta feria, el lugar menos indicado para encontrar lo que buscamos?”. En ese momento Julia notó que su estómago hacía ruido, y recordó que no habían comido nada desde el improvisado desayuno en el descampado. “Todavía no visitamos ninguno de los puestos de comida”. Marcos asintió, y se quedó pensando. “¿Podrá ser que...?”.
Julia nunca había sido amante de los sabores exóticos, por lo que guió a Marcos hacia el puesto del cual emanaba el aroma menos picante. Quién lo atendía era un hombre bajo, de unos cincuenta años, cuyo rostro se le hacía a Julia muy familiar. “Me recuerda a alguien”, le comentó a Marcos por lo bajo, “pero no puedo darme cuenta a quién”. Pidieron lo que parecían dos hamburguesas, aunque el sabor no se asemejaba completamente al de las que vendían los puestos comunes. Mientras comían, de pie frente al puesto (no había ningún lugar donde sentarse), a Marcos se le ocurrió preguntar de qué estaban hechas. El hombre lo miró seria y profundamente, y dijo “Lo más interesante es no saber”. Marcos casi escupe el bocado que estaba masticando, imaginando quién sabe qué cosa. Julia, en cambio, examinó el rostro del hombre durante un instante, y exclamó “¡Ya sé de donde lo conozco! ¡Es la misma cara, los mismos gestos del señor de la librería! Sólo que bastante más joven”. El hombre miró a Julia detenidamente, y luego sonrió. “Es cierto. El señor que conociste es mi padre. Bienvenida a la Feria de los Mundos”.
Marcos dejó caer la hamburguesa (que de todas formas no pensaba terminar de comer) y ambos se miraron. “Lo que sospechaba. El lugar menos esperado”, dijo Marcos, “era un puesto de comida”. Miraron detenidamente al hombre de las hamburguesas, esperando que sucediera algo, pero el hombre no hacía mas que sonreírles desde su puesto. “¿Y bien?”, preguntó Julia un tanto ansiosa, “¿Dónde está?”. “Ah”, suspiró el señor, “Pero no es tan sencillo. A la Feria de los Mundos sólo se puede ingresar de a uno. Tendrán que decidir cuál de los dos va a ser el primero”.
Marcos miró a Julia, y ella le devolvió la misma mirada. “Pero, ¿qué va a pasar una vez que entremos? ¿Qué le pasa al otro? ¿Se queda esperando aquí?”. El hombre, siempre sonriendo, los miró con paciencia, como si hubiese escuchado esas preguntas infinidad de veces. “Si pudiera contestar todo eso, ya no tendría sentido la Feria de los Mundos. Como ya les dije, lo más interesante es no saber”. “¿Quiere decir que...?”, comenzó a preguntar Marcos, un tanto preocupado. “Quiero decir” siguió el hombre, “que para ingresar a la Feria de los Mundos, hay que dejar todo atrás. Esta no es una feria cualquiera. O se entra, o no se entra. Sin embargo, habiendo llegado tan lejos, no entrar significaría vivir en el peor de los mundos posibles: el de la eterna duda. Nadie puede olvidar jamás que estuvo en el umbral de la Feria de los Mundos. Nadie logra perdonarse no haber entrado. La incertidumbre se convierte en la peor enemiga”. “Pero, no entiendo”, dijo Marcos un tanto confundido, “¿No dice usted que lo más interesante es no saber? Ahora dice que no saber es el peor de los mundos posibles”. El señor miró a Marcos con sabiduría. “No saber es interesante cuando se está a punto de descubrirlo. No saber nunca, es como estar eternamente sobre un tren que nunca llegará a destino”.
Marcos y Julia quedaron en silencio, pensando. El hombre permaneció frente a ellos, esperando pacientemente. Finalmente, Julia se dirigió al hombre “¿Podríamos charlarlo un momento?”. “Por supuesto”, respondió amablemente el hombre, “pero no tarden mucho. No querrán dejar que se vaya el tren”.
Se alejaron unos metros del puesto para hablar más tranquilos. “Si decidimos entrar, creo que yo debería ir primero”, señaló Julia, “Yo empecé con todo esto, y si pasa algo malo, debería ser yo quien lo experimente”. “Como quieras, pero si pasa algo malo, dudo que tengas forma de comunicármelo. De todas formas, deberíamos pensarlo más. Podríamos desaparecer para siempre, o no vernos nunca más”. Ese pensamiento le provocó ganas de besarla, y Julia se aferró a él, pensando que había muchas posibilidades de que fuera un beso de despedida.