lunes, 4 de enero de 2010

Nueve

Julia acercó su mano a uno de los objetos, pero antes de que pudiera tocarlo el hombre le indicó que eso no estaba permitido. Julia no sabía que hacer. No podían tocar los objetos, y ninguno de los dos se animaba a preguntarle nada a ese hombre con rostro intimidante. Julia quería susurrarle algo a Marcos, pero le parecía de poca educación hacerlo frente al hombre. Finalmente entendió que no le quedaba otra opción y preguntó “¿Este es el único puesto? ¿Dónde está la feria?”. Marcos miró sorprendido a Julia, que se arrepintió en el acto de su pregunta. El rostro del hombre se transformó en algo extraño que ninguno de los dos pudo interpretar. Se puso de pie, y con el mismo gesto que había usado para señalar los objetos, indicó lo que Julia y Marcos entendieron como “La feria está aquí mismo”. Ambos miraros a los costados, y detrás del puesto, esperando que apareciera la feria como por arte de magia, pero nada sucedió. Marcos miró al hombre, que había vuelto a sentarse, como pidiendo explicaciones, pero este ya no les prestaba atención.
Pegaron la vuelta y caminaron en silencio hacia el auto. Julia arrancó el motor y Marcos se puso el cinturón de seguridad. Entonces Julia echó por el espejo retrovisor un último vistazo del misterioso puesto, y su mandíbula inferior volvió a desplomarse. Cuando Marcos lo notó, y le preguntó una vez más qué ocurría, Julia giró el espejo en dirección a Marcos. En la pequeña superficie se reflejaban no uno sino decenas de puestos, carpas y vehículos. Ambos giraron la cabeza. El hombre no había mentido: allí estaba la Feria de los Mundos.
Ni Marcos ni Julia dijeron una palabra. Y sin embargo, aunque ninguno de los dos podía expresarlo, ambos pensaban lo mismo, así que no hubo necesidad de hablar. Descendieron del auto y, tomados de las manos, se acercaron lentamente al maravilloso espectáculo. Mientras caminaban, Julia trató de comparar la escena con las tantas que había formado en su cabeza cuando leía sus cuentos sobre ferias. Algo estaba mal, en los libros, cuando los personajes visitaban la feria, siempre era de noche. Entonces sucedió algo extraño en extremo. El sol comenzó a descender, y para el momento en que estaban parados justo frente a la feria, ya había anochecido. Las luces se encendieron, y la imagen fue exactamente como Julia esperaba que fuera. Más extraño aún fue que ni a Julia ni a Marcos le sorprendiera este hecho. Simplemente lo aceptaron como un indicador del comienzo de la magia: ya era demasiado tarde para volver atrás.

-5-

“¿Por donde empezamos?”Preguntó finalmente Marcos. “Hay tanto para ver”. Y era cierto: había tiendas que vendían comida de olores exóticos o prendas de vestir con estampados raros, había carpas que anunciaban las más extrañas atrocidades. “Vamos allá”. Indicó Julia, decidida, señalando una pequeña carpa. Era la tienda del Señor Eléctrico. Julia había leído sobre ese personaje, y cómo le había contado a un famoso escritor el futuro, y cómo, años más tarde, ese futuro se había cumplido al pie de la letra.
Entraron en la tienda, que era sorprendentemente más grande por dentro de lo que parecía desde afuera, y vieron a una decena de personas sentadas en sillas frente a un escenario. Los espectadores daban la sensación de no ser personas comunes -viajeros aburridos en busca de una historia más que contar sobre sus vacaciones. Todos, juzgando desde sus ropas hasta sus peinados, parecían ser participantes residentes del universo de la feria, como si asumieran eternamente su rol expectante en una escena que nunca acabaría.
Un hombre con una galera de lentejuelas rojas se acercó a Marcos y Julia. “Siéntense por acá”, les dijo “El show está a punto de empezar”. Segundos después el Señor Eléctrico fue anunciado. Entró en escena con una explosión, y durante su acto encendió diez lamparitas con los dedos, de los que emanaba un hilo de electricidad de color azul. Luego, todas las luces de la carpa estallaron, dejando todo a oscuras, y tras varios minutos de gritos e histeria colectiva del público, decenas de luces se encendieron y mostraron al Señor Eléctrico vestido con un traje de lamparitas, todas encendidas por el poder de su energía.
Marcos y Julia abandonaron la carpa, emocionados. Volvieron a pararse en medio de la feria, tratando de decidir qué hacer a continuación. Entonces Marcos tomó a Julia de las manos y la besó. Muchos minutos después, Julia interrumpió el beso y le preguntó a Marcos a qué se debía semejante impulsividad. “Tengo la sensación” dijo el, “de que podría pasar algo, no se que, algo raro. No me gustaría que sucediera sin antes haber podido darte un beso”. Julia sonrió, y volvió a besarlo.
Recorrieron varias tiendas y puestos, y las cosas se ponían cada vez más extrañas. “Me pregunto dónde estará la bendita Feria de los Mundos”, dijo Marcos, cansado de caminar en círculo. “Tal vez no exista” reflexionó Julia, “tal vez esto sea todo: una serie de atracciones extrañas, definitivamente maravillosas e inexplicables, pero no más que eso”. “Eso no tiene sentido. Para empezar, ya habían pasado cosas raras antes de que llegáramos. Después, la feria apareció de la nada, el Señor Eléctrico, la Dama que Flota, el Escritor Telepático. Todas esas cosas sin explicación, ¿y no va a existir la feria de la que hablaba Petropulos?”. Marcos se sentó en un banco de madera. “No se,” contestó Julia, sentándose a su lado. “Muchas de esas cosas tienen una explicación lógica. El Señor Eléctrico podría tener demasiada estática en su cuerpo. Es sabido que muchos gurus de la India logran levitar en altos estados de concentración, y la telepatía también es aceptada como una habilidad posible para algunas mentes superiores”.
A Marcos no lo conformaban estas explicaciones. “¿Y el tamaño de las carpas? ¿Notaste que por fuera todas parecen carpas de camping para cuatro personas, y al entrar son espacios enormes, con luces y sillas y escenarios? ¿Y la noche?”. Tiene razón, pensó Julia. ¿A quien trato de engañar? Es una feria mágica. De eso no cabe duda. “Entonces, en algún lugar por aquí tiene que haber una carpa que albergue la Feria de los Mundos”. “Ya recorrimos todo el lugar tres veces”, contestó Marcos, “no se me ocurre donde puede estar”.