sábado, 28 de noviembre de 2009

La Feria VI

Mi búsqueda del mejor mundo posible está plagada de complicaciones. La feria de los mundos es un lugar muy peligroso. Hay tentaciones a cada paso, y todos se confabulan para que uno no encuentre su mejor mundo posible. En uno de los mundos me enamoré de una muchacha, pero en el otro ella no me conocía. Era camarera en un bar, y me ignoraba por completo.

Julia miró sin entender, e hizo un gesto a Marcos de que pasara la página, pero una voz gruesa y resonante los interrumpió. “Tengo órdenes de cerrar la puerta de entrada. ¿Piensan quedarse acá mucho tiempo más?”. Era un portero de la escuela, con cara de pocos amigos. Julia y Marcos tomaron sus cosas (Julia guardó el cuaderno en su cartera), y se retiraron.
Mientras caminaban hasta el auto de Julia, Marcos arrastrando su bicicleta, se preguntaban de qué estaría hablando el bibliotecario en su diario. “El mejor de los mundos posibles”, repitió Julia, “habla como si hubiera estado en distintos lugares, como si hubiese visitado otras dimensiones”. “El resto del diario es muy similar. Cuenta lo que hizo en distintos ‘mundos’: la gente que conoció, los trabajos que tenía. Llevatelo a casa y leelo. Después me contás que te parece”. Julia estuvo a punto de darle a Marcos un beso en la mejilla, pero el muchacho levantó una mano a manera de “chau” y se alejó en su bicicleta.

-3-

Julia pasó varias horas de la noche leyendo las anotaciones del Sr. Petropulos, el antiguo bibliotecario. Tal como lo había anticipado Marcos, las anotaciones no tenían relación entre sí; cada una comentaba algo sobre un lugar, sobre personas que el Sr. Petropulos había conocido en ese lugar, cosas que había hecho. En ningún lugar explicaba cómo había llegado allí, o qué relación tenía eso con la Feria de los Mundos. El único dato que figuraba en relación a la feria era una frase respecto a su ubicación: la feria siempre aparece en el lugar menos esperado.
Naturalmente, a la mañana siguiente Julia se quedó dormida. Llegó a la escuela cuando los niños ya habían terminado de izar la bandera, y gracias a una carrera contra el tiempo logró alcanzar la puerta del salón antes de que los niños subieran.
Al comenzar la clase, una de las Dianas (Julia ya no recordaba que número tenía) levantó la mano. “Señorita, ¿corrigió nuestras composiciones?”. Julia, que estaba escribiendo la fecha en el pizarrón, se petrificó. Con todo el ajetreo de la Feria, había olvidado corregir la tarea. En seguida se le ocurrió una idea. “No, he decidido que vamos a leer las composiciones en voz alta, y toda la clase podrá dar su opinión sobre las historias. Pondremos una nota entre todos”. Obviamente, los niños pensaron que esa era una pésima idea, pero Julia era la maestra y no les quedó otra opción. Uno a uno, los niños desfilaron por el frente del salón con sus composiciones. Cada una era más horrorosa, poco imaginativa y estructurada que la anterior. Julia estaba a punto de quedarse dormida, cuando algo que escuchó la despabiló en el acto. Era Brian IV. Leía una narración sobre sus últimas vacaciones con su familia. Julia le pidió que repitiera el último párrafo. “Paramos a desayunar en un parador de la ruta. Mi mamá compró un recuerdo en un puesto raro que a mi hermanita le dio miedo. Era una vasija que decía Feria de los Mundos. Después se rompió y menos mal porque era muy fea”.
Al terminar la clase, Julia llamó aparte a Brian IV. “Brian, esa feria, ese puesto donde tu mamá compró esa vasija, ¿dónde estaba?”. El chico elevó la mirada, haciendo memoria. “Hm, me parece que estaba cerca de un pueblito, pero cuando volvimos a pasar a la vuelta ya no estaba más”. Julia dudó (temía que si el niño le preguntaba a su madre por la feria, volvería a tener la horda de padres bloqueando el salón), pero finalmente se animó. “Decime, Brian, ¿tu mamá no se acordará dónde quedaba ese lugar? Es importante”. Nunca se habría preparado para la respuesta. “Señorita, mi mamá nos abandonó después de ese viaje. No se dónde está”. Julia no sabía cómo reaccionar. Le puso a Brian IV una mano en el hombro. “No sabía, perdoname por preguntar”.
Cuando bajó a la biblioteca, Julia se sorprendió al no encontrar a Marcos. En su lugar estaba una señora con anteojos y cara de bibliotecaria. Preguntó por Marcos, y la señora le dijo poco amablemente que el joven estaba enfermo. Julia se apresuró a hablar con la secretaria, que le informó que Marcos había llamado para avisar que faltaría por un resfriado. Casi sin pensarlo, Julia le pidió a la secretaria la dirección de Marcos. La señora elevó una ceja, observó a Julia de arriba abajo y preguntó “¿Y para que quiere usted su dirección?”. “Soy su amiga, quisiera visitarlo y ver como anda”, se apresuró a contestar Julia. Pero a la señora le pareció extraño que, siendo amiga de Marcos, Julia no supiera dónde vivía, y se negó a darle la información que pedía.

viernes, 20 de noviembre de 2009

La Feria VI

Mientras el anciano colocaba ordenadamente el dinero en la caja registradora, Julia posó su atención en un exhibidor a un lado de la caja. La mayoría de los objetos expuestos eran postales con viejas fotos de la ciudad. Pero lo que verdaderamente llamó la atención de Julia fue un folleto de color verde envuelto en plástico. En su portada había sólo una línea de texto, que parecía estar escrita a máquina: La Feria de los Mundos. Julia no podía creerlo. Lo tomó apresuradamente y, sin siquiera abrirlo, lo puso en el mostrador. “Llevo esto también”. El viejito se acomodó los lentes, miró el folleto, y luego posó una mirada seria y profunda sobre Julia. Le entregó la birome y el vuelto. “El folleto es gratis. Dudo que tenga algún valor hoy en día”. Julia agradeció al anciano, aunque no pudo evitar sentir que había algo extraño en ese lugar, y se apresuró hacia la escuela.
Durante toda la mañana Julia buscó un momento libre para investigar el folleto, que le quemaba en el fondo del bolso, pero le fue imposible. Los alumnos no le dieron respiro, y durante el recreo se vio obligada a tomar el té con el resto de las maestras, que le hacían señas desde el fondo de la cantina. Cuando finalmente terminó la clase, pensó que sería buena idea ir a comentarle a Marcos su hallazgo. Después de todo, tal vez a él se le habría ocurrido buscar el folleto en la biblioteca.
Esta vez, el lugar se veía bastante más ordenado, aunque seguía habiendo capas de polvo por todas partes. Marcos la vio llegar, pero no sonrió. Hizo un gesto con la cabeza y continuó limpiando la portada de una enciclopedia con un paño. En un principio, Julia no entendió la actitud de Marcos. Ya casi había olvidado que en su intento de cambiar de vida lo había ignorado cruelmente frente a todo el mundo. Trató de suavizar las cosas. “Hola. ¿Cómo anda todo? Se nota que estuviste trabajando mucho en esto, se ve mucho mejor”. Marcos dijo un “gracias” sin emoción, y continuó en su tarea. Julia se acercó a él, y como quien no quiere la cosa sacó el folleto de su bolso. “Mirá, lo encontré en una librería”. Marcos levantó la mirada con desgano. Al ver el folleto, dejó la enciclopedia y el trapo en el acto, y se lo arrebató a Julia de las manos.
Se sentó en la mesita e hizo un gesto a Julia de que se sentara a su lado. Luego cortó el plástico protector, abrió el folleto con cuidado y leyó en voz alta: La Feria de los Mundos, el lugar donde existen todos los mundos posibles. Miró a Julia, emocionado. “Es increíble que hayas encontrado esto. Es muy viejo. Cuando me preguntaste por él la otra vez pensé que nunca iba a aparecer. Pero después me puse a investigar. En el cuaderno del bibliotecario de esa época había datos sobre esa feria. Iba a contarte pero...”. Julia se ruborizó, avergonzada. Trató de distraer a Marcos de su desplante. “¿Qué decía el cuaderno sobre la feria?”. “Ya no importa, tenemos el folleto”. Marcos quiso pasar la página, en busca de alguna ilustración que mostrara la feria y sus atracciones. Para su sorpresa, la hoja se desintegró en cientos de pedazos. El folleto era tan viejo que comenzó a descomponerse al tacto, hasta que sólo había una montaña de trozos de papel amarronado. Julia y Marcos observaron la autodestrucción del objeto sin poder hacer nada. Marcos no pudo evitar sentirse responsable, y la miro apenado. “No te preocupes”, trató de consolarlo Julia, “me habría pasado a mi también. No es la primera vez que veo un libro desintegrarse así. Las hojas de pudren con el tiempo”.
Entonces, el rostro de Marcos se iluminó. “¡El cuaderno! Ahora si importa el contenido”. Abrió un cajón de su escritorio y sacó un cuaderno de tapa verde. Lo llevó hasta la mesa y comenzó a leer en voz alta.

viernes, 6 de noviembre de 2009

que vamos? V creo

Ya casi ni pensaba en Marcos, y no había vuelto a pensar en su hallazgo el día de la visita a la biblioteca. Sentía que si las cosas seguían como hasta ahora, ella iba a cambiar para convertirse en una de esas chicas como su amiga Tatiana, a quienes nada les interesaban los libros, las historias y la fantasía. Tal vez eso era lo que correspondía hacer: buscar a un joven emprendedor con quien pudiera formar una familia.
Casi había empezado a convencerse de que cambiaría su actitud. Comenzó a vestirse diferente, más formal; se peinaba el cabello en un rodete y empezó a investigar planes de pago para cambiar su autito por uno más lujoso. Las demás maestras comenzaron a tenerla en cuenta, y la dejaban participar de sus conversaciones. En una ocasión, Julia estaba tomando un café en la cantina de la escuela con varias de sus colegas cuando pasó Marcos, con una pila de libros polvorientos. Le sonrió, pero Julia, que no quería causar una mala impresión, ignoró el saludo y simuló no conocerlo. Esa noche le costó dormirse, pensando en Marcos, y preguntándose si ese cambio en su vida la hacía sentirse verdaderamente bien.
A la mañana siguiente, Julia se despertó con el recuerdo de un sueño. Había soñado que entraba en la Feria de los Mundos, pero no puedo recordar qué había allí. La sensación era rara, como la que le provocaban a los personajes de los cuentos las fantasmagóricas ferias llenas de seres extraños y criaturas deformes. Julia trató de no pensar más en eso, y se vistió para ir a trabajar. Mientras manejaba, recordó que debía comprar un nuevo cuaderno. El que usaba para anotar comentarios sobre el trabajo de sus alumnos ya estaba lleno, a causa de las tantas visitas a la dirección que había tenido que registrar últimamente.
La librería donde siempre compraba sus útiles aún estaba cerrada. Julia trató de recordar algún otro local que estuviera de paso, pero estaba convencida de que esa era la única librería que había camino a la escuela. Paró en un semáforo en rojo, y entonces lo vio. Era un pequeño local de aspecto anticuado, y en la vitrina de su casi despojada vidriera se leían las palabras “artículos escolares” parcialmente despintadas. Julia estacionó cerca del negocio.
Al abrir la puerta sonó una campana, y en el acto apareció un anciano señor que le preguntó amablemente a Julia qué necesitaba. “No recuerdo haber visto este local”, pensó Julia en voz alta. “Hace muchos años que estamos acá”, dijo el anciano, “sólo que la gente sólo tiene ojos para lo moderno, los edificios lujosos y las tiendas tamaño dinosaurio. Es normal que un local como el nuestro pase desapercibido”. Julia asintió, y comenzó a buscar un cuaderno apropiado. La mayoría de la mercadería que vendía el anciano estaba amarillenta o sucia de polvo, pero a Julia le dio pena irse sin comprar nada. Decidió que se llevaría una birome, y esperaría hasta la tarde por el cuaderno.