martes, 2 de febrero de 2010

Ten

Ya estaban por darse por vencidos, cuando Julia recordó la conversación que habían tenido al respecto, y las palabras del librero Petropulos. “La Feria aparece en el lugar menos esperado. Tal vez no se refería a toda la feria, sino al sector donde está la Feria de los Mundos”. “¡Tenés razón!” exclamó Marcos, poniéndose de pie. “Pensemos: ¿cuál sería, dentro de esta feria, el lugar menos indicado para encontrar lo que buscamos?”. En ese momento Julia notó que su estómago hacía ruido, y recordó que no habían comido nada desde el improvisado desayuno en el descampado. “Todavía no visitamos ninguno de los puestos de comida”. Marcos asintió, y se quedó pensando. “¿Podrá ser que...?”.
Julia nunca había sido amante de los sabores exóticos, por lo que guió a Marcos hacia el puesto del cual emanaba el aroma menos picante. Quién lo atendía era un hombre bajo, de unos cincuenta años, cuyo rostro se le hacía a Julia muy familiar. “Me recuerda a alguien”, le comentó a Marcos por lo bajo, “pero no puedo darme cuenta a quién”. Pidieron lo que parecían dos hamburguesas, aunque el sabor no se asemejaba completamente al de las que vendían los puestos comunes. Mientras comían, de pie frente al puesto (no había ningún lugar donde sentarse), a Marcos se le ocurrió preguntar de qué estaban hechas. El hombre lo miró seria y profundamente, y dijo “Lo más interesante es no saber”. Marcos casi escupe el bocado que estaba masticando, imaginando quién sabe qué cosa. Julia, en cambio, examinó el rostro del hombre durante un instante, y exclamó “¡Ya sé de donde lo conozco! ¡Es la misma cara, los mismos gestos del señor de la librería! Sólo que bastante más joven”. El hombre miró a Julia detenidamente, y luego sonrió. “Es cierto. El señor que conociste es mi padre. Bienvenida a la Feria de los Mundos”.
Marcos dejó caer la hamburguesa (que de todas formas no pensaba terminar de comer) y ambos se miraron. “Lo que sospechaba. El lugar menos esperado”, dijo Marcos, “era un puesto de comida”. Miraron detenidamente al hombre de las hamburguesas, esperando que sucediera algo, pero el hombre no hacía mas que sonreírles desde su puesto. “¿Y bien?”, preguntó Julia un tanto ansiosa, “¿Dónde está?”. “Ah”, suspiró el señor, “Pero no es tan sencillo. A la Feria de los Mundos sólo se puede ingresar de a uno. Tendrán que decidir cuál de los dos va a ser el primero”.
Marcos miró a Julia, y ella le devolvió la misma mirada. “Pero, ¿qué va a pasar una vez que entremos? ¿Qué le pasa al otro? ¿Se queda esperando aquí?”. El hombre, siempre sonriendo, los miró con paciencia, como si hubiese escuchado esas preguntas infinidad de veces. “Si pudiera contestar todo eso, ya no tendría sentido la Feria de los Mundos. Como ya les dije, lo más interesante es no saber”. “¿Quiere decir que...?”, comenzó a preguntar Marcos, un tanto preocupado. “Quiero decir” siguió el hombre, “que para ingresar a la Feria de los Mundos, hay que dejar todo atrás. Esta no es una feria cualquiera. O se entra, o no se entra. Sin embargo, habiendo llegado tan lejos, no entrar significaría vivir en el peor de los mundos posibles: el de la eterna duda. Nadie puede olvidar jamás que estuvo en el umbral de la Feria de los Mundos. Nadie logra perdonarse no haber entrado. La incertidumbre se convierte en la peor enemiga”. “Pero, no entiendo”, dijo Marcos un tanto confundido, “¿No dice usted que lo más interesante es no saber? Ahora dice que no saber es el peor de los mundos posibles”. El señor miró a Marcos con sabiduría. “No saber es interesante cuando se está a punto de descubrirlo. No saber nunca, es como estar eternamente sobre un tren que nunca llegará a destino”.
Marcos y Julia quedaron en silencio, pensando. El hombre permaneció frente a ellos, esperando pacientemente. Finalmente, Julia se dirigió al hombre “¿Podríamos charlarlo un momento?”. “Por supuesto”, respondió amablemente el hombre, “pero no tarden mucho. No querrán dejar que se vaya el tren”.
Se alejaron unos metros del puesto para hablar más tranquilos. “Si decidimos entrar, creo que yo debería ir primero”, señaló Julia, “Yo empecé con todo esto, y si pasa algo malo, debería ser yo quien lo experimente”. “Como quieras, pero si pasa algo malo, dudo que tengas forma de comunicármelo. De todas formas, deberíamos pensarlo más. Podríamos desaparecer para siempre, o no vernos nunca más”. Ese pensamiento le provocó ganas de besarla, y Julia se aferró a él, pensando que había muchas posibilidades de que fuera un beso de despedida.