lunes, 14 de diciembre de 2009

La Feria 7

Durante los cuatro días en los que Marcos no se presentó a trabajar, Julia no hizo otra cosa que pensar en lo que le había dicho Brian IV. ¿Y si la madre de Brian descubrió la feria, y se embarcó a descubrir otros mundos posibles? La historia le sonaba descabellada, pero le había dado tantas vueltas en su cabeza que ya nada parecía extraño.
Lo único que interrumpió las meditaciones de Julia fue una invitación de Tatiana a cenar. Había invitado a un grupo de amigos a su casa, y deseaba contar con la presencia de su amiga. Julia aceptó contra su voluntad, tras la insistencia de Tatiana. Esa noche se puso un vestido sencillo y se presentó en casa de su amiga poco después de las nueve. La cena le resultó tediosa (la mayoría de los invitados eran jóvenes emprendedores y secretarias con minifalda), y Julia maldijo el momento en que se dejó convencer de asistir.
Durante el café, uno de los jóvenes comenzó un monólogo de media hora, en el que hablaba sobre sus aspiraciones en la vida. “...y cuando finalmente logre el ascenso, nada se interpondrá en mi camino”. Julia, cansada de bostezar, decidió interrumpirlo. “¿No te parece un poco aburrido saber como va a ser tu vida desde ahora hasta que te mueras?” El joven reparó en Julia, y con soberbia, contestó “No, porque mi vida no podría ser mejor que esto. Creo que he tenido la suerte de venir a parar a mi mejor vida posible. Soy joven, apuesto, talentoso...”. Julia no escuchó el resto de la respuesta. Su cabeza volvió a la feria, al Sr. Petropulos, a la madre de Brian. Casi estaba segura de que su teoría era cierta. Lo sentía en lo profundo de su ser. No podía aguantar sus deseos de ver a Marcos, y expresar lo que pensaba al respecto.


-4-

Cuando Julia volvió a bajar al sótano y encontró a Marcos nuevamente en su puesto, no pudo contener su alegría y lo abrazó con fuerza. El joven sonrió, mostrando que el también estaba contento de verla, pero su rostro se volvió completamente rojo. Julia se sentó, y durante veinte minutos explicó detenidamente todo lo que había elaborado en su cabeza. Cuando finalizó, Marcos estaba pensativo. Guardaron silencio durante unos minutos, hasta que finalmente él habló. “Bueno, lo cierto es que, pensándolo fríamente, todo lo que decís es una completa estupidez” Julia frunció el ceño. “Sin embargo,” prosiguió Marcos, “habiendo visto el folleto, y leído el cuaderno de Petropulos, no puedo no creer que... tal vez... en una de esas... sí existe una Feria de los Mundos, y probablemente allí pasen cosas que nuestras mentes no están preparadas para procesar”. Julia suspiró aliviada. Si se estaba volviendo loca, al menos alguien la acompañaría al psiquiátrico. “Ahora bien”, continuó elaborando el joven, “si la feria existe, es probable que no esté siempre en el mismo lugar. Las ferias son nómades por naturaleza. Y eso que dice Petropulos, la feria siempre está en el lugar menos esperado...”. “Aparece”, interrumpió Julia, “la feria siempre aparece, dice el bibliotecario, como si apareciera de la nada. Y Brian lo dijo, cuando volvieron a pasar, ya no estaba. Eso mismo me pasó con el folleto. Ese negocio donde lo encontré, juraría que no estaba ahí antes. Y el mismo folleto... era el único que había en el exhibidor. Tal vez no hay que buscar la feria, sino esperar que la feria lo busque a uno...”. Se despidieron con ese pensamiento.
En los días sucesivos, Julia emprendió sus tareas rutinarias pensando en qué pasaría si pudiera elegir otra realidad. Cada vez que los niños gritaban, o se rehusaban a prestar atención, Julia imaginaba en su mente que los niños desaparecían, que estaba en otro lugar, o tal vez en otra clase, con otros alumnos que sentían deseos de usar su imaginación, de crear, de ser niños.
Dejó de reunirse con las demás maestras a tomar el té. Últimamente su mente vagaba demasiado, y las maestras empezaban a cuchichear a sus espaldas. Volvió a dejarse el pelo suelto, a usar prendas de colores brillantes. Día a día, la sola idea de la Feria de los Mundos le devolvía a Julia, al menos en su imaginación, las ganas de vivir.
A Marcos también se lo veía más animado. Cuando pasaba a saludarlo en sus ratos libres, siempre estaba tarareando una canción, o silbando. Ya poco se parecía al joven callado y tranquilo que había conocido. Una tarde, hasta se animó a invitarla a salir.

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