martes, 2 de marzo de 2010

XI

Tras varios minutos de besos y abrazos, Marcos tomó a Julia de la mano, y se acercaron al hombre, que los miraba expectante. “¿Y bien?”, les preguntó, adivinando su decisión, “¿Quién será el primero en entrar?”. Julia levantó la mano. “Muy bien”, dijo el hombre, levantando la barra del puesto de hamburguesas para darle paso. “Antes de que te vayas”, alcanzó a decirle Marcos, “quiero que sepas que disfruté mucho haberte conocido”. Julia asintió con la cabeza, pero no llegó a decir “Yo también”, porque el hombre la llevaba hacia el interior del puesto que, como era de esperarse, era un largo pasillo. Julia observó por última vez el rostro de Marcos, y luego todo se oscureció.
Caminó lo que le parecieron cuadras, sin poder ver hacia donde iba, guiada por la mano del hombre, que caminaba delante de ella. Cuando finalmente creyó ver luz al final del pasillo, todo se iluminó de repente, y Julia se encontró en una enorme habitación vacía. El hombre del puesto, que la había llevado hasta allí, ya no estaba. Lo único que había, aparte de ella, era una alta cortina de terciopelo rojo, justo en medio de la habitación. Parecía el telón de un teatro para enanos, pero no había escenario, sólo la cortina, suspendida en el aire, que era unos metros más alta que ella, y llegaba hasta el piso.
Lo primero que pensó Julia fue que debía atravesar la cortina, pero le pareció muy descuidado simplemente pasar. Creyó que tal vez sería buena idea solicitar indicaciones, así que le habló a la nada. “¿Alguien podría decirme qué se supone que debo hacer?”. Como por arte de magia, de la misma forma en que había aparecido la feria alrededor del aquel solitario puesto en el campo, Julia se encontró con cuatro sillones de altos respaldos aterciopelados. En cada uno estaba sentada una persona, dos hombres y dos mujeres, vestidos con largas túnicas de terciopelo de varios colores.
“Hola”, dijo Julia, que se dio cuenta de que no era muy buena para iniciar conversaciones con extraños. Los cuatro personajes le devolvieron el saludo. “Necesitaría saber qué debo hacer”, dijo Julia un tanto nerviosa, ya que las figuras eran bastante imponentes, como si se tratara de cuatro reyes y reinas salidos de algún cuento de los que solía leerles a los niños.
Una de las mujeres fue la primera en hablar “Bienvenida a la Feria de los Mundos. Eso frente a vos es una puerta... digamos que mágica”. “Al cruzar esa puerta, podrás acceder a otra realidad”, prosiguió uno de los hombres, “otra de tus vidas posibles”.
“No entiendo”, interrumpió Julia, “¿Qué es exactamente ‘otra vida posible’? Por ejemplo, ¿podría despertarme y ser una actriz famosa?”. El segundo hombre tomó la palabra y explicó “Eso depende de tu vida actual. Las vidas posibles son opciones dentro de los elementos existentes en tu vida en este momento. La vida está hecha de decisiones. Te subís al auto cada mañana y decidís qué camino tomar. Elegís uno, y te cruzás con una manifestación. A causa de eso llegás tarde al trabajo. Si hubieses tomado otra calle habrías llegado justo a tiempo. Si sumás la cantidad de decisiones que tomaste cada día de tu vida, y en cada caso elegís otra de las tantas opciones con las que contabas en ese momento, el resultado será otra de tus vidas posibles. Una vida que, dependiendo de la cantidad y la calidad de las elecciones, podría ser muy similar, o radicalmente distinta a tu vida actual”.
Le tomó varios minutos a Julia procesar lo que le estaban diciendo. Cuando finalmente comprendió, había varias preguntas en su mente. Eligió una al azar y la formuló. “¿Y cuál es el sistema? Es decir, ¿qué determina a cuál de mis vidas posibles viajaré si cruzo la puerta?”. La respuesta estuvo a cargo de la cuarta mujer, aunque Julia casi pudo adivinarla. “Lo más interesante es no saber. Al cruzar la puerta, nadie sabe a donde conduce. Sólo se sabe que las combinaciones serán distintas. Podría llevarte a la peor, a la mejor de tus vidas posibles, o a una que no es ni buena ni mala, pero que en alguna forma será diferente a la actual”.
Julia ordenó sus dudas prioritariamente. “¿Y qué sucede una vez que elijo? ¿Me quedo allí para siempre? ¿No puedo volver a mi vida actual nunca más?”. “¡Excelente pregunta!” exclamó el hombre que había hablado primero “Muchos gastan su oportunidad de averiguar cosas preguntando si van a morirse, o por qué estamos aquí nosotros, o cómo funciona la puerta” (la verdad era que a Julia le habría encantado saber la respuesta a todo eso, pero agradeció su sentido común), “La puerta ofrece oportunidades ilimitadas pero, por supuesto, existen reglas. Cuando te embarques en el descubrimiento de tus vidas posibles, podrás pasar en cada una sólo un día. Si la vida que visitaste no te agrada, podrás pedir una puerta para regresar aquí. La puerta, como sucede con la misma feria, aparecerá en el lugar menos esperado y será tu deber encontrarla. Al encontrar la puerta, ésta te transportará a esta habitación, y podrás volver a elegir”.
“¿Qué pasa si paso más de un día en una vida?” se apresuró a preguntar Julia. “Si llega el amanecer del día siguiente y no buscaste, o lograste encontrar la puerta, te quedarás allí para siempre, y esa se transformará en tu única vida posible” contestó una de las mujeres. “Y con respecto a tu vida actual, desapareció el segundo en el que cruzaste el puesto de hamburguesas. Pero no deberías afligirte demasiado, si hubieses estado satisfecha con ella, no habrías llegado hasta aquí”.
Julia pensó en Marcos, lo único que realmente echaría de menos de todas las cosas que había perdido. Entonces recordó que él se había quedado afuera, y se preguntó qué habría sido de él. “Ya es momento”, dijo uno de los hombres. Julia agradeció la ayuda de las cuatro figuras y caminó, con algo de temor, hacia el telón.

Julia abrió los ojos. Tenía una sensación en el cuerpo que le indicaba que había estado durmiendo varias horas, pero no recordaba haberse echado a dormir. Se sentó en la cama y trató de hacer memoria, de volver al momento en el que había cruzado la puerta. Nada, ni siquiera una imagen.
Miró a su alrededor. Estaba en su cuarto, el de siempre. Cada centímetro de empapelado, cada objeto sobre los muebles, indicaba que ese era SU cuarto. Inevitablemente, Julia pensó que la feria había sido un largo y laberíntico sueño del que acababa de despertar, y bajó a desayunar.
Media hora más tarde, ya se encontraba en su auto, escuchando su radio preferida, de camino a la escuela. En un momento del recorrido, trató de ubicar con la mirada la tienda del padre del señor de la feria. Por alguna razón, no pudo verlo. Tal vez no recordaba el lugar exacto y ya se había pasado. Tal vez...

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