miércoles, 17 de noviembre de 2010

Volvimos! 14

Durante casi una hora, Julia y su hijo se mecieron amorosamente en una silla de mimbre junto a un hogar apagado. Entonces, Julia finalmente recordó que ya era de noche, y que no pasaría demasiado tiempo hasta el amanecer. Entendió que se encontraba en un dilema: había despedido a la niñera, y no podía abandonar al niño para irse tras la puerta. Tampoco podía quedarse allí. Su marido regresaba, tal vez no tendría tiempo para justificarse y escapar. Decidió conducir la pesquisa con el niño en brazos; después de todo, él no existiría una vez que Julia cruzara la puerta.
El lugar más esperado era un armario, por lo que el menos esperado, pensó Julia, podría ser un espacio abierto: el jardín, la terraza. Esto último le sonó lógico, y subió al techo de la casa sin reparar en el viento que había comenzado a soplar afuera. Como consecuencia del frío, el niño estalló en llanto, justo cuando Julia vislumbraba la puerta en un tanque de agua semiabierto. Aunque sabía que el niño desaparecería, Julia no podía dejar a una criatura en el piso, en una noche cada vez más fría. Cerró los ojos, justo en el momento en que un auto estacionaba frente a la casa, y con el niño junto a su pecho, se deslizó sin pensar dentro del tanque.

-7-

Cuando abrió los ojos en el recinto de la feria, lo primero que vio Julia fue a una de las mujeres, pero esta vez no estaba en su correspondiente sillón, sino parada frente a Julia. “Las cosas no están saliendo bien”, se animó a decirle tras varios minutos de mirarse en silencio. Los ojos de la mujer, cargados de silenciosa sabiduría, se enternecieron sutilmente. “El...” dijo Julia, y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, “...ya no existe, ¿verdad?”. La mujer sonrió, y con un movimiento de su mano, que jamás tocó el rostro de Julia, le secó las lágrimas. “El siempre existe”, susurró a sus oídos la mujer, y se desvaneció.
Julia se dejó caer en el piso frío, y durante varias horas contempló las altas cortinas rojas. Todo el tiempo pensaba que alguien vendría a decirle que no podía quedarse sentada allí, pero eso nunca sucedió. La embargaba una enorme tristeza, y deseó con todas sus fuerzas volver el tiempo atrás, al momento en que había decido que buscar la Feria de los Mundos era una buena idea. Había estado en sólo dos de sus mundos posibles, y ya casi ni recordaba su vida original. Se acostó en el piso, y trató de evocar detalles, cosas pequeñas, que le devolvieran algo de su débil identidad. Por alguna razón, le vino a la mente el recuerdo de Brian IV, y de cómo su madre se había perdido en la feria, y tal vez correría un destino similar. ¿Y si la feria fuese un engaño?, pensó con algo de temor, ya que no descartaba la posibilidad de que las figuras del recinto oyeran sus pensamientos. ¿Y si no hubiese forma de vivir la mejor de las vidas posibles, y la feria fuese un castigo por haber renegado de la original? Sólo había una forma de averiguarlo.
Como había sucedido con las anteriores, la siguiente vida fue un fiasco. Julia era maestra en una escuelita de pueblo, y aunque en un principio había esperado lo contrario, ésos alumnos no eran mejores que los que había tenido en la gran ciudad. Peor aún, sus limitaciones para imaginar eran mayores, ya que sus padres se ganaban la vida haciendo trabajos manuales y les prestaban casi nada de atención. Sin embargo, algo sucedió esta vez, que cambiaría el destino del viaje de Julia por completo.
Había cumplido una agotadora jornada en la escuela, enseñando a los niños del primer grado a escribir la letra L, y a sostener correctamente los cubiertos (en la escuela había un comedor al que asistían todos los niños del pueblo al mediodía, mientras los adultos trabajaban), y no veía la hora de encontrar su puerta y salir de ahí. Fue durante la búsqueda, la que Julia había decidido debía llevarse a cabo en una estación de servicio, que se encontró con una cara familiar.
El portal se encontraba dentro de un viejo y anticuado surtidor de nafta fuera de servicio, que contaba con una puerta que se abría para colocar el tanque de gasolina. Julia, que se hacía más y más perspicaz a la ubicación de las puertas, la reconoció en el acto y caminó, cansada, hacia ella. Antes de decidirse a abrirla, echó una ojeada rápida sobre su hombro, para asegurarse de que nadie la estuviera mirando. El que alguien la viera no le resultaba un problema, ya que al cruzar la puerta, todo eso desaparecería, pero sí la intranquilizaba el pensar que alguien se lo impidiera, y ya no pudiera volver al lugar indicado. Entonces, sus ojos se encontraron con otro par, muy cerca suyo, atentos al movimiento que Julia planeaba realizar. Era un rostro conocido, aunque en un principio le costó a Julia entender de quién se trataba.

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