viernes, 23 de octubre de 2009

La Feria de los Mundos III

Había un chico, un tanto menor que ella, que le daba a Julia la impresión de cubrir sus expectativas. Eran un muchacho callado y tranquilo, de hermosos y apacibles ojos color verde hierba, y trabajaba en la biblioteca de la escuela. Julia solía frecuentar la biblioteca, en busca de alguna nueva historia para sus alumnos, pero desde que abandonara su costumbre de leerles a los niños, no había tenido excusas para visitar a su joven bibliotecario.
Un jueves, al llegar a la escuela, le informaron que los niños habían ido a un torneo intercolegial de voley, y Julia pensó que sería buena idea pasar el tiempo libre en el sótano, donde funcionaba la biblioteca. Bajó las oscuras escaleras con un poco de ansiedad, preguntándose si su cabello se veía bien, o si había recordado pintarse los labios. No tardó en encontrarlo, sumergido bajo una pila de revistas sobre educación. “Hola”, le dijo, y el joven pego un salto, desparramando las revistas por todos lados. “Hola. Me sobresaltaste. Estaba haciendo el inventario.” Julia sonrió. “Perdón. ¿Querés que te ayude? Tengo la mañana libre pero tengo que cumplir horario”. Julia rogó que le dijera que sí, así podrían pasar juntos varias horas y conocerse mejor. “No, gracias, es un lío, hay polvo por todas partes. Pero por ahí yo puedo ayudarte a vos. ¿Qué buscabas?”. Julia no había pensado en eso de antemano. Improvisó. “Algún libro sobre ferias, aunque dudo que haya alguno acá”. El chico levantó las revistas desparramadas y luego subió una escalera de esas que se apoyan sobre los estantes. Se deslizó unos centímetros y tomó un grueso volumen de color verde. “¿No me digas que ese libraco habla sobre las ferias?”. “No, pero es un registro de todo el material que había acá hasta hace cuarenta años. Ahí podes buscar algo que te interese”. Julia tomó el libro con esfuerzo, ya que era algo pesado. “¿Hace cuarenta años que no hacen el inventario?”. “No, es que los registros posteriores se estropearon por alguna razón, y ese es el único que queda, hasta que yo termine mi trabajo. Te advierto que muchas de las cosas que figuran allí pueden ya no estar, y puede que haya libros en la biblioteca que no figuren ahí.”
Julia agradeció al joven y se sentó en una mesita con el libro de registro. Era tan gordo porque el viejo bibliotecario había dibujado las tapas de los libros, y escrito a continuación una breve reseña de cada ejemplar que conformaba la biblioteca. También se había tomado el trabajo de crear un índice de títulos, y uno con palabras clave que dirigían al lector a los distintos libros sobre cada tema. Julia buscó en ese índice la palabra “feria”. Para su sorpresa, la encontró, junto con un número de página.
Tal vez por la emoción de encontrar lo que buscaba, cuando levantó la mirada y vio al joven ordenando las revistas, le preguntó su nombre. “Marcos”, dijo Marcos, que ahora tenía nombre. Julia no pudo decir más que “Ah”, y se avocó a buscar la página indicada.

No hay comentarios: